Erase una vez, en un país muy lejano, una princesa, en su
dormitorio, en un palacio, en un reino, en un amanecer maravilloso y terrible.
La princesa cumplía hoy 18 años y amaneció triste...
Toda la corte estaba consternada, ¿Que le sucede a la
princesa? ¿Qué quiere? ¿Qué necesita? Todos le preguntaban. Pero la princesa
solamente suspiraba, perdía la vista en el horizonte y languidecía de tristeza.
El rey mandó traer maravillosas telas de oriente, valiosas
joyas de occidente. Incluso a una selección de los mejores mozos del reino (se
comentaba que uno jugaba muy bien al balonmano y era muy listo, o eso se creía
el). Pero nada surtía efecto, la princesa seguía sumida en la más absoluta y
silenciosa tristeza.
Un carromato entró tirado por un par de bueyes en la
plaza, seguido por una colla de personajes de lo más variopinto, bailando y haciendo piruetas, al ritmo de música de
juglares. La dulzaina, panderos y tambores amenizaban la fiesta, mientras la
chiquillada del pueblo los seguía alborotada. Un orondo personaje con casaca
roja subió al tejado de la carroza, de pronto... silencio.
-"Señoras y señores, con todos ustedes el Circus Máximus,
venidos desde los diferentes confines del mundo, tenemos a los más increíbles
artistas de todos los tiempos. Desde La Italia, los saltimbanquis; hermanos
Saglieri. Desde lo más profundo de la India; el faquir Mandal. Los payasos Popo
y León nacidos en la huerta de Valmuel. Y nuestra actuación estelar; el mentalista
más poderoso de la tierra, el lector de mentes del que ningún secreto escapa,
venido desde los Cárpatos: ¡Doctor
Zarco!".
Se abrió un telón tras el que apareció un figura enjuta cubierta con una capa oscura y mirada penetrante.
Se abrió un telón tras el que apareció un figura enjuta cubierta con una capa oscura y mirada penetrante.
La noticia llegó a oídos del Rey, inmediatamente ordenó que
la primera actuación se realizara en palacio, para ver si podía disipar la silenciosa
tristeza de su hija.
Estaba todo preparado, la Reina y el Rey ocupaban sendos
tronos en la sala del mismo nombre y la princesa otro más pequeño a la derecha
de su padre, donde se derretía producto de su pesar. Comenzó la actuación, los
artistas conocían el objetivo de la misma, el Rey les había ofrecido una cuantiosa recompensa si conseguían hacer olvidar sus penas a la muchacha. Se esforzaron al
máximo, pero uno tras otro contemplaban
desolados, como no hacían ningún efecto.
Hasta que llegó el momento del Gran Zarco. Embozado tras la
capa miraba inquisitivamente en la profundidad de los ojos la doncella. Permaneció
así durante dos largos minutos escrutando sus pensamientos. Transcurrido el
tiempo metió la mano derecha entre los pliegues de si capa y sacó un pequeño
pajarito amarillo, lo depositó en la mano de la muchacha y al momento se puso a
cantar. Dos lágrimas se deslizaban por sus mejillas y una sonrisa deslumbrante
iluminó su rostro. La alegría había vuelto tanto a la niña como a toda la corte; que por fin descansaba tras tantos desvelos.
Moraleja: ¿Eres una
princesa?
Entonces, si quieres un
pajarito amarillo, dilo. ¡COJONES!
Si te gusta el vecino de enfrente
díselo.
Si
quieres salir con los amigos díselo.
Si
quieres que tu marido planche la ropa díselo.
Si buscas
trabajo díselo a todo el mundo.
Si no decimos lo que queremos, nadie
va a venir a leernos la mente.
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